Asustado e inquieto miro las tinieblas de la nada hasta que
la luz me sumerge en el caos. Ojos como lanzas, lanzas con ojos que se clavan
en mi ser derrumbándome en el rincón más recóndito que todos parecen conocer.
Huelo el miedo mientras mi instinto me guía hacia la
perdición, intento huir de lo crudo para adentrarme en mi mundo de Nunca Jamás,
pero parece que la entrada desapareció en el lugar que pereció mi libertad, mi
vida.
Siento cómo me convierto en el antagonista de un cuento que
me han obligado a representar, mientras el sanguinario héroe celebra la muerte
del que sostiene su vida.
Héroe... desconozco que tanto
poder tiene el señor Ego pero noto como crece en tu interior. No sé quién eres,
pero los demás te ven cómo el amo y señor del mundo. Ya no sé si quiera quién
soy yo, el aclamado o abucheado, adorado o sentenciado.
Mientras corro de lo inevitable veo que el sentido
de la
vida ha llegado a su fin, que he pasado a ser un bufón que a todos
divierte, un
ser despiadado que hace daño a todo aquél que pasa por su lado. Siento
ser egoista pero no creo que esta sea mi finalidad, mi aspiración en la
vida.
Doy mi último suspiro mientras la baba juguetea con la sangre en mi boca, a la par que celebras lo que algún día
será tu muerte. Te perdono con mi última mirada llena de compasión, rabia,
dolor... resignación.
Tal
vez ese símbolo manchado de sangre que conocemos no pueda hablar, pero
si lo hiciera os aseguro que sus palabras no serían poesía. ¿Pensará
esto? Probablemente no. ¿Se aleja de la realidad? Cada uno vive una
realidad diferente, pero la tortura no es una realidad, es una
pesadilla.
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